Durante su intervención, Trump no pasó por alto la oportunidad de atacar a Kamala Harris, la exvicepresidenta, afirmando que ella “nunca trabajó en McDonald’s”. “De hecho, yo estuve allí unos 30 minutos, 30 minutos más de los que estuvo Kamala, a pesar de su experiencia en la cadena de comida rápida“, agregó con un tono burlón.
Trump también compartió una anécdota sobre Robert F. Kennedy Jr., afirmando que logró que el político probara una Big Mac, y que “le encantó”, a pesar de que, según él, el secretario de Servicios Humanos preferiría que esa información no se hiciera pública. Esta mezcla de humor y nostalgia añade un matiz personal a su discurso.
Al autodenominarse “ex cocinero de McDonald’s”, Trump busca humanizar su figura y recordar a sus seguidores sus raíces como un hombre del pueblo. La broma sobre su breve experiencia en la franquicia de comida rápida contrasta su trayectoria con la de sus oponentes políticos y resuena con muchos que perciben una desconexión entre la élite política y la ciudadanía común.
Además, la mención de Harris sirve como un recurso retórico para deslegitimar a sus oponentes, insinuando que su carrera carece de autenticidad cuando se compara con la suya. La hipérbole de haber trabajado “30 minutos más que Kamala” ejemplifica cómo Trump utiliza la exageración para cimentar su imagen de outsider en la política.
En resumen, el discurso de Trump durante la cumbre no solo sirvió para divertir a la audiencia, sino también como una táctica estratégica para conectarse con su base, resaltando su identidad como una figura que desafía el establishment político mientras presenta una narrativa de autenticidad y cercanía con el ciudadano de a pie. Su estilo, cargado de humor y autocrítica, continúa siendo un vehículo efectivo para mantener su relevancia en el panorama político estadounidense.
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